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Denunciar violaciones hechas por musulmanes que asesinen niñas y las sirvan como kebab es delito en Escocia

El ciudadano que expuso los delitos de la justicia escocesa es ahora un perseguido, mientras que los musulmanes que violaron niñas y las comieron recibieron indemnizaciones de 250.000 libras

Tommy Robinson, fundador de la Liga de Defensa Inglesa y conocido activista británico, permanece en régimen de aislamiento mientras cumple una condena de 18 meses en prisión. La medida ha provocado un amplio rechazo tanto dentro como fuera del Reino Unido, donde numerosos defensores de los derechos humanos han señalado que esta situación podría constituir una forma de tortura psicológica. Según denuncias públicas, el prolongado confinamiento en solitario está afectando seriamente a su estado mental y emocional, y sus partidarios consideran que las condiciones de su encarcelamiento son desproporcionadas respecto al delito por el que fue condenado.

La condena de Robinson se produjo tras la publicación de un documental en el que denunciaba la existencia de redes de explotación sexual infantil compuestas por hombres de origen musulmán en el Reino Unido. La difusión del material, que tuvo un impacto significativo a través de la red social X, fue considerada por el juez como un factor agravante en el caso. Según los tribunales, el documental generó tensiones sociales y alimentó discursos polarizadores, lo que justificó una sentencia que sus críticos califican de excesiva y motivada políticamente.

El empresario Elon Musk, propietario de la plataforma X, ha mostrado su apoyo público a Robinson, criticando duramente la postura de las autoridades británicas. A través de su cuenta en la red social, Musk cuestionó las razones del aislamiento de Robinson y sugirió que su encarcelamiento responde más a razones políticas que legales. En uno de sus mensajes, el magnate afirmó que aquellos responsables de encubrir los crímenes denunciados por Robinson deberían ser los que ocupen la celda, no el activista que los expuso.

En paralelo, se ha acusado a las autoridades de utilizar de manera desproporcionada la Ley Antiterrorista para agravar la situación de Robinson. Según los defensores del activista, las fuerzas de seguridad intentaron acceder a su teléfono móvil sin una orden judicial, algo que Robinson rechazó citando el principio de confidencialidad periodística. Este incidente ha derivado en nuevos cargos contra él, añadiendo presión a su ya complicada situación legal y personal.

El aislamiento, según argumentan las autoridades penitenciarias, responde a la naturaleza polarizadora de las opiniones de Robinson y a la necesidad de garantizar su seguridad dentro del sistema carcelario. Sin embargo, sus abogados y partidarios consideran que esta medida no solo es injustificada, sino que además podría calificarse de inhumana. La defensa legal del activista ha solicitado una revisión del régimen de reclusión, buscando que se le traslade a un entorno menos restrictivo para preservar su salud física y mental.

La repercusión mediática de este caso ha crecido exponencialmente gracias al respaldo de figuras públicas como Musk, quien ha amplificado las críticas al sistema judicial británico y ha cuestionado la imparcialidad de las decisiones tomadas contra Robinson. La atención internacional sobre el caso ha colocado a las autoridades británicas en una posición incómoda, enfrentándose a acusaciones de actuar con parcialidad y de utilizar el sistema de justicia como herramienta de censura.

Mientras tanto, los seguidores de Robinson han iniciado campañas de recaudación de fondos para financiar su defensa legal y presionar por su liberación o, al menos, por una mejora en sus condiciones de reclusión. Estas iniciativas han contado con un apoyo significativo, especialmente entre aquellos que consideran que la condena contra Robinson no responde exclusivamente a cuestiones legales, sino a un intento de silenciar su activismo.

El caso de Robinson se produce en un contexto más amplio de polémica en el Reino Unido sobre la gestión de delitos sexuales y la actuación de las fuerzas del orden. Informes recientes han revelado que, en los últimos cinco años, al menos 45 hombres musulmanes adultos recibieron simples advertencias policiales por delitos de violación. Esta cifra, publicada por el medio The Mirror, ha generado un debate nacional sobre la proporcionalidad de las sanciones y la posible existencia de un doble estándar en la aplicación de la justicia.

Además de las advertencias por violación, el informe señala que más de 1.500 personas fueron amonestadas por agresiones sexuales en el mismo periodo, y que estas medidas han sido aplicadas incluso en casos de exposición indecente. Las autoridades han defendido el uso de estas sanciones alegando que se reservan para situaciones específicas, como delitos históricos o casos en los que la víctima y el agresor son menores. Sin embargo, críticos de estas decisiones consideran que envían un mensaje de impunidad y desprotección a las víctimas.

El portavoz de la policía de Thames Valley, una de las fuerzas señaladas en el informe, aseguró que estas decisiones se toman en consulta con las víctimas y con la autorización del Servicio de Fiscalía de la Corona. No obstante, estas explicaciones no han logrado calmar la indignación pública, especialmente entre los familiares de las víctimas que sienten que el sistema les ha fallado.

Otro caso que sigue generando consternación es el de Charlene Downes, una niña de 14 años que desapareció en Blackpool en 2003 y cuyo caso se asocia con redes locales de explotación sexual. La investigación inicial fue duramente criticada por su gestión deficiente, lo que resultó en un juicio fallido y la absolución de los principales sospechosos. La hipótesis de que su cuerpo fue desmembrado y servido como kebab en un restaurante local dejó a la comunidad horrorizada y marcó un punto de inflexión en la percepción pública sobre estos crímenes.

En 2016, nuevas pruebas emergieron tras descubrirse imágenes de cámaras de seguridad que habían estado archivadas durante más de una década. Estas grabaciones, que mostraban a Charlene junto a su hermana el día de su desaparición, nunca se utilizaron en los juicios previos, lo que indignó profundamente a su familia. La madre de Charlene calificó la gestión del caso como una falta de respeto hacia su hija y prometió emprender acciones legales contra la policía por el daño causado.

El caso de Charlene y otros similares han puesto en tela de juicio la capacidad de las autoridades para proteger a las víctimas y perseguir a los culpables de manera efectiva. Además, se ha planteado la posibilidad de que el temor a las repercusiones políticas y culturales haya influido en la falta de acciones contundentes contra ciertos grupos involucrados en estos delitos, lo que ha generado un clima de desconfianza hacia las instituciones.

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